La unión entre los seres humanos pasa por el reconocimiento previo de aquello que puede acercarles.
Es evidente que el primer paso consiste en practicar el reconocimiento en lo más profundo de nosotros mismos, aquello que nos convierte verdaderamente en el prójimo, dejando de hacer distinciones por el sexo, raza, religión, riqueza o nacionalidad.
Una vez reconocido este elemento, todas las numerosas pretensiones individuales productoras de caos, pueden supeditarse a la aspiración central común del humanismo. Esto quiere decir que corresponde a cada cual realizar en primer lugar la unidad en sí mismo.
Siempre habrá “templos” a “elevar”, como “mazmorras” a “cavar”, de esta manera, el Masón “allanará” en sí mismo los obstáculos que lo separan de la única realidad nítida, desembarazándose de todas sus trabas egocéntricas, para libre al fin, poder ser uno con sus Hermanos y con todos los semejantes que, como él, caminan por el mundo.