El Arquetipo pertenece a lo inconsciente e incluye elementos culturales, míticos, metafóricos, colectivos y espirituales.

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Jung dice que los arquetipos son los motivadores últimos de la conducta, sentimientos y pensamientos humanos.

En Masonería, el reconocimiento de las dimensiones míticas que subyacen a nuestras propias experiencias personales, rompe nuestras pretensiones narcisistas de las alegrías o del sufrimiento de la vida, y nos une más genuinamente dentro del proceso de ser humanos.

Cuando podemos aprender a centrarnos en las dinámicas compartidas del ser, en lugar de en los aspectos diferenciadores de la personalidad, la empatía es realmente posible.

Los lazos comunitarios de la fraternidad masónica son la consecuencia de un compromiso con nuestro destino humano compartido, en lugar del objetivo narcisista de perfeccionar y mantener la personalidad individual.

La intención de la puesta en común de la visión que compartimos acerca de los arquetipos, es volvernos más conscientes del proceso iniciático que subyace en nuestro interior. Y de que no hay que deshacerse de los arquetipos, sino comprenderlos, tanto como los mitos, ya forman un contexto para trascenderlos.

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El proceso en Masonería es iniciático; etapas y/o grados a través de los cuales podemos analizarnos mientras viajamos en fraternidad con los hermanos de nuestra Logia. En última instancia, aspira a reclamar las alegrías y las tristezas de la vida y la muerte, como procesos significativos de ser, un ser humano, completo.

Para nosotros, los masones, son de especial importancia las obras de Jung escritas en sus últimos años cuando, en la búsqueda de pre-arquetipos del inconsciente colectivo, se adentró en el mundo de la alquimia y comenzó a explorar las obras de Agripa y Paracelso.

Descubrió la verdadera naturaleza de los procesos alquímicos medievales y la explicó en “Psicología y Alquimia”: la materia que estudia y trata de cambiar un alquimista, es un gran misterio y es por ello que, en un choque con lo desconocido, asiste a una aparición del inconsciente ante él: desde lo más profundo de la herencia espiritual surgen imágenes y sucesos mediante los cuales se establece realmente un proceso cognitivo.

Gracias a la cognición iniciada de esta manera, comienza a comprender lo que está haciendo.

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Una experiencia psíquica y un proceso cognitivo en la mente del alquimista, causado por su experimento alquimista, se parecen irresistiblemente a las reacciones químicas de un compuesto químico que se transforma en otro, en el dominio espiritual, en “una piedra de sabiduría”.

Durante el procedimiento el alquimista mismo sufre una transformación; se convierte en objeto de transmutación espiritual.

Para Jung la materia no es solo un conjunto impersonal de átomos. Uno de sus principios más importantes es la unidad de los opuestos. El dualismo en todo lo que nos rodea y el nacimiento de una nueva cualidad en la reacción de dos elementos opuestos son la esencia misma del experimento. En el proceso de metamorfosis de la impureza terrenal “plomo” en “oro” de perfección espiritual, el crisol es el alquimista mismo.

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Tratar con la alquimia moderna, no es más que un proceso duradero y doloroso de ganar autoconocimiento que él, en sus obras, denomina el proceso de individuación.

Tal vez, nos inspire a cada uno de nosotros a iniciar nuestra propia rueda interior y disfrutar de la magia de la metamorfosis. A este proceso Él lo llamó individuación mientras que los Francmasones lo llamamos un camino hacia la Luz. Todo lo que hacemos en nuestros talleres masónicos se parece indiscutiblemente al procedimiento alquímico descrito y explicado por Carl Gustav Jung.

“Mi vida es la historia de un inconsciente que se ha hecho realidad”.

Esta célebre frase de Carl Gustav Jung se encuentra registrada en su magna obra “Memorias, Sueños y Reflexiones”. En ella retrata magníficamente todo el camino recorrido por él mismo en el camino hacia el conocimiento de sí mismo y los misterios de su propia alma.